Mataderos con malas prácticas

junio 2016

Rebelión… ¡en el matadero! R

«Negro de m…, te enviaré al África para que te mueras de hambre»; «Es negro y acaba de llegar, que se muera». El País y el periódico local El 9 Nou de Osona (Cataluña, España) denunciaban el mes de abril de 2016 el trato infrahumano a que se ven sometidos los trabajadores que bajo la denominación de «cooperativistas» son contratados por los grandes mataderos de esta zona catalana de masificación porcina —llamados aristocarnis—, ya reducidos a seis o siete grandes empresas que acaparan transporte, piensos, matadero y distribución, después, quieran o no, de que las miles de granjas autónomas, ahora reducidas a 6.000, hayan quedado bajo la «integración» de este oligopolio.

El pequeño granjero, de base agricultor, a quien se le engañó haciéndole ver un gran futuro, ahora, con la «integración», tiene que comprar el pienso, la mayor parte venido de los EE. UU., debe pagar para desprenderse de los purines y depende de los pedidos de aquellos a los que está sujeto bajo rigurosas condiciones, sin posibilidad alguna de poder expresar sus carencias, necesidades y aspiraciones.

Esta publicación, con su largo recorrido —veintidós años—, y la ayuda de quien depende, con cuarenta años de existencia, la entidad Ong ADDA, ha sido pionera en aflorar el problema de la implantación del cerdo en Cataluña y España (visitar www.addarevista.com, clicar en animales de granja con veintiocho anotaciones). Ya antes de la llegada de la mano de obra migrante, aquí se ha expuesto reiteradamente que el oficio de matarife resulta ser uno de los más desagradables de mundo, tanto por el hecho en sí como por el ambiente. Estos lugares de trabajo resultan ser muy inestables, pues, si se cogen, es porque no se encuentra otra posibilidad, pero, en cuanto aparece cualquier otra ocasión, se deja para dar entrada a otra persona necesitada e inexperta… y así continúa la rueda, en la que las víctimas una vez más son los hombres y los animales. Pero ahora, con el aluvión de gente desesperada, llegada de situaciones bélicas o por pura necesidad de ganarse la vida, la plantilla de los mataderos está formada casi exclusivamente por recién llegados, después de un largo, peligroso y extenuante viaje, a los que se los explota, como se está demostrando. Horarios de entre diez y veinte horas diarias con un trato inhumano. Para mayor sarcasmo, como está sucediendo en Vic, son «cooperativistas», pero sin derecho alguno. Es una fórmula legal descubierta por el empresariado catalán, que está teniendo muy buena acogida en el resto de España. Con un salario de 800 € mensuales, tienen que pagarse la cuota de autónomos (de 267 €), comprarse el material con que trabajan, más 50 € para la cooperativa y el coste de lavarse la ropa de faena. Para poder ser despedidos al día siguiente sin representación sindical a la que acudir. Si a esto se le añade el maltrato de palabra y la velocidad impuesta por la cadena —disponen de cinco segundos por cerdo—: sacarles los intestinos, que son unos veinte kilos, arrancarles los pulmones… es mejor no continuar. Y como forman parte de la cadena, como manifiesta uno, «a una cadencia de setecientos cerdos por hora, llega el día en que no puedes mover la espalda».

Si a los humanos se les trata de esta forma, ¿qué será de los pobres cerdos? Nos encontramos nuevamente, ahora pensando en los animales, con que en aquellas actividades que se desarrollan entre cuatro paredes, incluida la experimentación, en donde intervienen seres declarados sensibles y sintientes, es el poder político, legislativo e inspector el que debe velar para que impere la normalidad y la transparencia, imprescindibles en estos casos.

Pero aún hay más

A este submundo —ignorado por la mayoría de los catalanes— hay algo más que añadir. Si el puesto de trabajo por el que se aspira, que ya es vergonzoso de por sí, no es fácil obtenerlo, además hay que pagar una trama mafiosa infiltrada entre los mismos inmigrantes —se calcula que alrededor de quinientos euros—; si no se tiene, habrá que pagarlo más tarde del salario que se vaya percibiendo.

Si el matarife se accidenta, la empresa se niega a llamar a una ambulancia, y tienen que coger un taxi tanto para ir al hospital como para volver a su casa. O en bicicleta, que es el transporte utilizado, o a pie. El trato vejatorio es lo habitual y frases como las del encabezamiento dan idea de lo que está ocurriendo. El pasado mes de febrero de 2016, se produjo el primer paro de dos días, suficiente para que el problema escalase ya a la intervención de responsables locales y partidos políticos como el PSC, que interpeló a la consejera de Trabajo de la Generalitat, que ha presentado una propuesta de resolución para la Comisión del Parlament: la situación de los «falsos autónomos» en el sector cárnico. De momento, la Inspección de Trabajo no puede intervenir en esta anómala situación laboral.

Ya es hora de que la paradoja de pseudoesclavismo existente termine, y los mataderos deban abrir sus puertas para saber lo que ocurre con los humanos y con los animales. Se debe conocer quién cumple la normativa laboral y, respecto a los animales, quiénes son los preceptivos responsables del bienestar animal, cómo se seleccionan, qué formación y capacidad resolutoria tienen, cuáles han sido —si los ha habido— sus informes y denuncias y qué recorrido y resultados han obtenido.

Es intolerable el secretismo que, en general, se está acreditando en un sector en que los animales son, o pueden ser, maltratados; millones de sumisas y forzadas víctimas envueltas en este concepto de «producción intensiva». Tan solo prima la velocidad de la cadena y la rentabilidad. Padecen toda clase de innecesaria violencia en los últimos momentos de su miserable vida, y la UE, presionada por este poderoso entramado empresarial, aún no ha tenido el valor de tomar decisiones contundentes y definitivas.

Fuente de información: ADDA Defiende los animales.  (Revista número 52)

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