El cruel detalle del langostino congelado (que el precio no deja ver)

Provocando un trauma a las hembras se precipita el proceso de gestión, garantizando así la rentabilidad del negocio

31 diciembre 2019

Rossend Domènech en su ensayo El trauma de los langostinos tuertos (Editorial Avant, 2019) denuncia las múltiples barbaridades que la industria alimentaria comete con total impunidad, sin que el consumidor ni los organismos reguladores se pongan las manos a la cabeza. La publicación lleva poco menos de un mes en las librerías, pero el vozarrón de la industria alimentaria ya resuena en su contra: “El libro no ha gustado nada a las grandes empresas. Hay que ir con cuidado porque después te crean problemas gordos”. Rossend Domènech capea con la experiencia de la edad las presiones de los lobbies; lo que no acepta es que tachen su obra de alarmista: “Yo no fomento el pánico ni la inseguridad alimentaria. En primer lugar, todo lo que digo viene respaldado por los oncólogos. Si los medios de comunicación divulgaran todo lo relevante que publican los científicos, aportando datos contrastados y soluciones constructivas, el mensaje calaría mucho más hondo en la sociedad”

Cuando le contaron que en Ecuador existía una iniciativa para congelar los langostinos en alta mar antes de tocar suelo, le pareció tan buena idea que su instinto periodístico le hizo viajar para conocer la iniciativa de primera mano. Lo primero que se encontró al llegar es que los langostinos no se pescaban, sino que se criaban en grandes viveros al lado de las playas. “Alguien muy cruel pensó que, si lograba que las hembras de langostino maduraran antes, podría sacar mucho más rendimiento económico. El objetivo era provocar un trauma a las hembras recién nacidas para que empezaran a poner huevas antes”. La idea macabra se basaba en los traumas infantiles de los niños que habían sufrido guerras o violaciones “y el trauma que descubrieron fue cortarles un ojo”. Rossend Domènech vio en primera persona las máquinas por donde pasaban los langostinos para cortarles un ojo. “Con el ojo tuerto, las hembras maduraban de golpe, y el proceso de gestación se precipitaba”.

Ya era suficiente espanto enterarse de la mutilación animal con total impunidad cuando descubrió un pequeño gran detalle en su dieta. “Esos millones de langostinos eran alimentados con antibióticos para evitar cualquier riesgo comercial. Eso implica que el consumidor de esos langostinos ingería una gran cantidad de antibiótico sin saberlo”. Hace más de 20 años, la Unión Europea alertó a los gobiernos sobre el excesivo uso de antibióticos y conservantes en los alimentos. El problema colateral es que habían dejado de ser efectivos a nivel sanitario cuando se requerían para curar una gripe. “No somos conscientes que estamos llenos de antibióticos ingeridos con la comida. Piensa que los cadáveres no se descomponen como antes, y no es debido a un milagro celestial. Es por la cantidad de conservantes que hemos comido durante la vida. Es un fenómeno más que estudiado por los investigadores”.

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Fuente de información: La Vanguardia